miércoles, 20 de marzo de 2024


 

2024 MEDITACIÓN EUCARISTICA

Ay de mí si no evangelizara:

Jesús sacramentado reunidos alrededor de tu altar queremos recibir fuerzas y ánimo para seguir siendo tus testigos en cualquier circunstancia de nuestras vidas. Cuentan que una vez dos misioneros jesuitas llegaron a un poblado de los indios guaraní en Paraguay. Estos indígenas eran gente civilizada y amable; y aunque nunca habían oído hablar del Dios cristiano, los recibieron con mucho respeto.

Los misioneros, llenos de alegría y vida se ganaron rápidamente las simpatías de aquellos indios y de ese modo prepararon sus corazones para el anuncio del Evangelio. Convivieron unas cuantas semanas con ellos, acostumbrándose a sus comidas, escuchando sus cantos, aprendiendo su idioma, y sobre todo tratando de conocer lo que pensaban y sabían sobre Dios.

Ellos creían que Dios era un ser implacable que estaba continuamente irritado y exigía sacrificios enormes para quedar satisfecho. Ese Dios no buscaba la felicidad de sus fieles; y mucho menos entraba en sus cabezas que fuera capaz de amarles, vivían continuamente atemorizados.

Cuando pasó un cierto tiempo los misioneros se percataron que había llegado el momento de iluminar aquellos corazones con la verdad del Evangelio. Una tibia noche de luna creciente, estando un grupo de ellos reunido junto al fuego principal que presidia el poblado, el misionero más anciano pidió la palabra. El crepitar de la lumbre, unido al aroma de las plantas silvestres que rodeaban el poblado parecían invitar a la reflexión. El momento no podía ser mejor para entregar el mensaje de un Dios Padre que tanto amó al mundo que le envió a su propio Hijo, no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salvara por Él.

Y así, ante los oídos atentos de aquellas pobres criaturas asustadas por lo divino, les fue relatando los sencillos sucesos de la encarnación, de la navidad, las parábolas, llegando finalmente al misterio pascual, con la pasión, muerte y resurrección del Señor.

Los ancianos de la tribu sentían que un aire nuevo, lleno de paz y alegría, comenzaba a soplar sobre sus vidas. Las mujeres, desde las puertas de sus chozas, trataban de hacer callar a sus bulliciosas criaturas para poder escuchar a aquellas sorprendentes novedades.

El anciano misionero seguía presentando a un Dios lleno de amor y de ternura, que después de darnos a su propio Hijo cuando aún éramos pecadores, ya no nos podía negar nada, pues ahora éramos no sólo amigos, sino sus hijos queridos.

El mensaje dejó estupefactos y llenos de admiración a aquellos infieles. Les parecía imposible tantas cosas bellas juntas. Sentían como que la vida ahora se llenaba de sentido. Si Dios estaba con ellos ¿quién podría estar contra ellos. Cuando los misioneros terminaron de proclamar su mensaje se hizo un profundo silencio que a su vez estaba cargado de preguntas pendientes. Fue el jefe del poblado, quien, haciéndose eco de lo que estaba en el corazón de todos, se atrevió a interrogar:

- Y ¿cuándo sucedió todo esto tan hermoso que nos habéis contado? ¿Tal vez en la luna pasada? O tal vez hace más tiempo, ¿varias lunas atrás?

Los misioneros se dieron cuenta de que sus oyentes desconocían totalmente la historia, y no tenían noción de todo el tiempo que había transcurrido Cuando finalmente les logró hacer entender que los acontecimientos hermosos que constituyen la buena nueva del Evangelio hacía ya mil seiscientos años que habían sucedido, sintió que sus oyentes cambiaban su sonrisa de agradecimiento por una mueca de rabia.

- Y fue nuevamente el jefe del poblado quién rompió el silencio diciendo: ¡Desgraciados! Hace mil seiscientos soles que esto ha sucedido ¿y venís ahora a contar? Esto es señal de que ustedes mismos no les dan importancia a estas cosas, o que nunca nos han querido bien. De lo contrario hace tiempo que nos hubieran buscado por todos los medios para venir a decirnos cosas que para nosotros son fundamentales.

Señor cuantas veces desaprovechamos lo que sabemos y lo que nos han enseñado y hemos aprendido por experiencia personal. Haznos dóciles a tu palabra y que seamos capaces de ser tus testigos en todos los rincones de la tierra. Lo que lo acepten bienvenidos sean y los que no, pues no les habrá hecho ningún mal, sino todo lo contrario.

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