2024 MEDITACIÓN EUCARISTICA
Ay de mí si no evangelizara:
Jesús
sacramentado reunidos alrededor de tu altar queremos recibir fuerzas y ánimo
para seguir siendo tus testigos en cualquier circunstancia de nuestras vidas. Cuentan que una vez dos misioneros jesuitas
llegaron a un poblado de los indios guaraní en Paraguay. Estos indígenas eran
gente civilizada y amable; y aunque nunca habían oído hablar del Dios cristiano,
los recibieron con mucho respeto.
Los misioneros, llenos de alegría y vida se ganaron
rápidamente las simpatías de aquellos indios y de ese modo prepararon sus
corazones para el anuncio del Evangelio. Convivieron unas cuantas semanas con
ellos, acostumbrándose a sus comidas, escuchando sus cantos, aprendiendo su
idioma, y sobre todo tratando de conocer lo que pensaban y sabían sobre Dios.
Ellos creían que Dios era un ser implacable que
estaba continuamente irritado y exigía sacrificios enormes para quedar
satisfecho. Ese Dios no buscaba la felicidad de sus fieles; y mucho menos
entraba en sus cabezas que fuera capaz de amarles, vivían continuamente
atemorizados.
Cuando pasó un cierto tiempo los misioneros se
percataron que había llegado el momento de iluminar aquellos corazones con la
verdad del Evangelio. Una tibia noche de luna creciente, estando un grupo de
ellos reunido junto al fuego principal que presidia el poblado, el misionero
más anciano pidió la palabra. El crepitar de la lumbre, unido al aroma de las
plantas silvestres que rodeaban el poblado parecían invitar a la reflexión. El
momento no podía ser mejor para entregar el mensaje de un Dios Padre que tanto
amó al mundo que le envió a su propio Hijo, no para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salvara por Él.
Y así, ante los oídos atentos de aquellas pobres
criaturas asustadas por lo divino, les fue relatando los sencillos sucesos de
la encarnación, de la navidad, las parábolas, llegando finalmente al misterio
pascual, con la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Los ancianos de la tribu sentían que un aire nuevo,
lleno de paz y alegría, comenzaba a soplar sobre sus vidas. Las mujeres, desde
las puertas de sus chozas, trataban de hacer callar a sus bulliciosas criaturas
para poder escuchar a aquellas sorprendentes novedades.
El anciano misionero seguía presentando a un Dios lleno
de amor y de ternura, que después de darnos a su propio Hijo cuando aún éramos
pecadores, ya no nos podía negar nada, pues ahora éramos no sólo amigos, sino
sus hijos queridos.
El mensaje dejó estupefactos y llenos de admiración
a aquellos infieles. Les parecía imposible tantas cosas bellas juntas. Sentían
como que la vida ahora se llenaba de sentido. Si Dios estaba con ellos ¿quién
podría estar contra ellos. Cuando los misioneros terminaron de proclamar su
mensaje se hizo un profundo silencio que a su vez estaba cargado de preguntas
pendientes. Fue el jefe del poblado, quien, haciéndose eco de lo que estaba en
el corazón de todos, se atrevió a interrogar:
- Y ¿cuándo sucedió todo esto tan hermoso que nos
habéis contado? ¿Tal vez en la luna pasada? O tal vez hace más tiempo, ¿varias
lunas atrás?
Los misioneros se dieron cuenta de que sus oyentes
desconocían totalmente la historia, y no tenían noción de todo el tiempo que
había transcurrido Cuando finalmente les logró hacer entender que los
acontecimientos hermosos que constituyen la buena nueva del Evangelio hacía ya
mil seiscientos años que habían sucedido, sintió que sus oyentes cambiaban su
sonrisa de agradecimiento por una mueca de rabia.
- Y fue nuevamente el jefe del poblado quién rompió
el silencio diciendo: ¡Desgraciados! Hace mil seiscientos soles que esto ha
sucedido ¿y venís ahora a contar? Esto es señal de que ustedes mismos no les
dan importancia a estas cosas, o que nunca nos han querido bien. De lo
contrario hace tiempo que nos hubieran buscado por todos los medios para venir
a decirnos cosas que para nosotros son fundamentales.
Señor cuantas
veces desaprovechamos lo que sabemos y lo que nos han enseñado y hemos
aprendido por experiencia personal. Haznos dóciles a tu palabra y que seamos
capaces de ser tus testigos en todos los rincones de la tierra. Lo que lo
acepten bienvenidos sean y los que no, pues no les habrá hecho ningún mal, sino
todo lo contrario.
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