DOMINGO DE PASCUA III
En
este tercer domingo de pascua el evangelio nos presenta a los dos discípulos
que vuelven a Emaús desanimados y descorazonados. Ellos esperaban que Jesús
fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo
inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús.
Estaban convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra los pondría al
servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin
embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo
quedan unas mujeres lunáticas y un grupo se seguidores indecisos y miedosos,
que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. Ellos desencantados
cortan su relación con los discípulos y se van de Jerusalén.
Pero
Jesús se pone a su lado a caminar con tal aspecto que no pueden reconocerlo.
Jesús le explicaba que el Mesías tenía que padecer y morir para entrar en su
gloria. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, se limita
a recorrer la Ley y los Profetas, espigando, explicando y comentando los textos
adecuados. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón.
Y
en un gesto tan habitual como partir el pan se les abren los ojos para
reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida
han cambiado.
Cuanto
necesitamos en nuestras comunidades: recordar a Jesús, ahondar en su mensaje y
en su actuación, meditar en su pasión. Que Jesús nos conmueva, que sus palabras
nos lleguen hasta dentro y nuestro corazón comience a arder. Sería el despertar
de nuestra fe.
Los
dos caminantes sienten necesidad de Jesús. Les hace bien su compañía. No
quieren que los deje: «Quédate con nosotros». En la cena se les abren los ojos.
Es
la experiencia clave: sentir que nuestro corazón arde al recordar su mensaje,
su actuación y su vida entera; sentir que, al celebrar la eucaristía, su
persona nos alimenta, nos fortalece y nos consuela. Cuando acabe nuestro
confinamiento ojalá nuestros encuentros eucarísticos nos motiven y nos
fortalezcan y vivamos con mayor intensidad y emoción nuestras eucaristías.
Ánimo a todos.
ACCIÓN DE GRACIAS
Mientras caminábamos tristes,
te has acercado respetuoso
a nuestras dudas, temores y desánimos.
Has hecho el camino con nosotros
aceptando nuestro ritmo y paso,
conversando con lenguaje llano y claro.
Con tu palabra y presencia viva
nos has abierto la Escritura
y los caminos de Dios en la historia.
Has calentado nuestro corazón,
has abierto nuestros ojos cegados
y nos has devuelto alegría e ilusión.
¡Quédate con nosotros al declinar el día
y comparte nuestro pan y techo, sin prisa,
antes de enviarnos a ser personas nuevas!
¡Quédate con nosotros y haznos compañía,
vamos a conversar un poco más de tu utopía
y de los horizontes abiertos en nuestras vidas!
Florentino Ulibarri
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