SABADO SANTO, HORA DE LA MADRE
Ayer tarde celebramos la Hora difícil de
Jesús, la Hora en la cual amó los suyos hasta el final y en la Cruz ofreció su
vida al Padre: «Nadie tiene amor más grande que dar la vida por los propios
amigos».
Con la Madre y algunos fieles,
acompañamos a Jesús al sepulcro. Ahora, él descansa en el seno de la tierra,
envuelto en vendas, en un sepulcro nuevo, en un jardín. Es la Hora de su
Descanso. Esta es también la Hora de María: la Hora de su fe, la Hora en la
cual, una vez más, ella medita en su corazón los acontecimientos de la vida de
su hijo, y no obstante los acontecimientos duros de la Pasión, sigue creyendo.
Ahí
está María, en aquel rincón, acompañada de las mujeres. Sus ojos llorosos, su
semblante de dolor, las manos temblorosas, pero hay algo, algo que nos
transmite paz, pero, ¿qué es? El silencio de María está desbordado por la
gracia, ella es “la llena de gracia”.
Es
la hora de la “madre”. Ella mira el sepulcro de su Hijo muerto a la espera de
la luz, de la vida de sus palabras, del grano de trigo que se pudre en la
tierra y… del que brotará la VIDA.
Ella saborea su
silencio, su vacío, su soledad. No puede vivir sin Jesús. Lo han echado fuera de
la tierra de los vivos y lo busca con el amor de su alma.
El sábado del silencio de Dios, tú nos
susurras una palabra, semejante a la que un día pronunció tu Hijo: “¡Si
tuvierais fe como una semilla de mostaza...!” (Mt 17,20). Tú, María, en el
Sábado santo eres y permaneces la Virgen creyente, tú llevas a cumplimiento la
espiritualidad de Israel, alimentada de escucha y de confianza. Frente a la
evidencia del sufrimiento y de la muerte, que tiende a aplastar el corazón, tú
tienes el don de presagiar detrás y debajo de los acontecimientos de la fe, los
vestigios del misterio de la VIDA.
Tú, en el sábado de la desilusión eres
la Madre de la esperanza y nos obtienes la “consolación del corazón”. Tú,
María, has aprendido a aguardar y a esperar. Has aguardado con confianza el
nacimiento de tu Hijo proclamado por el ángel, has perseverado creyendo en la
palabra de Gabriel aún en los períodos largos en los que no pasaba nada, has
esperado contra toda esperanza bajo la cruz y hasta el sepulcro, has vivido el
Sábado santo infundiendo esperanza a los discípulos perdidos y desilusionados. Tú
obtienes para ellos y para nosotros la consolación de la esperanza, la que se
podría llamar “consolación del corazón”.
Nosotros te pedimos, Madre de la
esperanza y de la paciencia: ruega a tu Hijo que tenga misericordia de
nosotros. Intercede por nosotros para que vivamos en el tiempo con la esperanza
de la eternidad, con la certeza de que el designio de Dios sobre el mundo se
cumplirá en su momento y nosotros podremos contemplar con gozo la gloria del Resucitado,
gloria que está ya presente, aunque de manera velada, en el misterio de la
historia.
Tú el Sábado santo te nos presentas como
madre amorosa que engendra sus hijos a partir de la cruz, intuyendo que ni tu
sacrificio ni el de tu Hijo son vanos. Él nos ha amado y se ha dado a sí mismo
por nosotros. Tú has unido tu corazón maternal a la infinita caridad de Dios
con la certeza de su fecundidad.
Tú conoces, María, probablemente por
experiencia personal, cómo la oscuridad del Sábado santo puede penetrar hasta
el fondo del alma aun en el compromiso total de la voluntad al designio de
Dios. Es un día de luto inmenso, de silencio y de espera.
En
medio del dolor, del desconcierto, del silencio, de la espera somos invitados a
cultivar nuestra vida espiritual, a reavivar nuestra fe, a poner los cimientos
imprescindibles para que podamos experimentar la íntima presencia de Dios Padre
y percibir que él obra en nuestra vida personal y conduce con amor la historia
de la humanidad.
MARÍA,
MUJER DE ESPERANZA
María, mujer de esperanza, ¡quédate con
nosotros!
Enséñanos a esperar,
porque escasea el pan de la fraternidad,
nos falta el vino de la alegría,
nos han robado el silencio,
tenemos hambre de verdad,
sentimos sed de Dios,
estamos heridos de angustia,
enfermamos por esta pandemia universal,
tenemos rota la paz.
María, ven con nosotros, ven a nuestra
casa.
Contigo recreamos la esperanza,
soñamos el nuevo amanecer
de un mundo más humano, más lleno de
vida y salud.
Contigo seguimos alumbrando el proyecto
nuevo de Jesús.
Contigo seguimos tejiendo una humanidad
fraterna y solidaria
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