sábado, 11 de abril de 2020






SABADO SANTO, HORA DE LA MADRE

Ayer tarde celebramos la Hora difícil de Jesús, la Hora en la cual amó los suyos hasta el final y en la Cruz ofreció su vida al Padre: «Nadie tiene amor más grande que dar la vida por los propios amigos».
Con la Madre y algunos fieles, acompañamos a Jesús al sepulcro. Ahora, él descansa en el seno de la tierra, envuelto en vendas, en un sepulcro nuevo, en un jardín. Es la Hora de su Descanso. Esta es también la Hora de María: la Hora de su fe, la Hora en la cual, una vez más, ella medita en su corazón los acontecimientos de la vida de su hijo, y no obstante los acontecimientos duros de la Pasión, sigue creyendo.
Ahí está María, en aquel rincón, acompañada de las mujeres. Sus ojos llorosos, su semblante de dolor, las manos temblorosas, pero hay algo, algo que nos transmite paz, pero, ¿qué es? El silencio de María está desbordado por la gracia, ella es “la llena de gracia”.
Es la hora de la “madre”. Ella mira el sepulcro de su Hijo muerto a la espera de la luz, de la vida de sus palabras, del grano de trigo que se pudre en la tierra y… del que brotará la VIDA.
Ella saborea su silencio, su vacío, su soledad. No puede vivir sin Jesús. Lo han echado fuera de la tierra de los vivos y lo busca con el amor de su alma.
El sábado del silencio de Dios, tú nos susurras una palabra, semejante a la que un día pronunció tu Hijo: “¡Si tuvierais fe como una semilla de mostaza...!” (Mt 17,20). Tú, María, en el Sábado santo eres y permaneces la Virgen creyente, tú llevas a cumplimiento la espiritualidad de Israel, alimentada de escucha y de confianza. Frente a la evidencia del sufrimiento y de la muerte, que tiende a aplastar el corazón, tú tienes el don de presagiar detrás y debajo de los acontecimientos de la fe, los vestigios del misterio de la VIDA.
Tú, en el sábado de la desilusión eres la Madre de la esperanza y nos obtienes la “consolación del corazón”. Tú, María, has aprendido a aguardar y a esperar. Has aguardado con confianza el nacimiento de tu Hijo proclamado por el ángel, has perseverado creyendo en la palabra de Gabriel aún en los períodos largos en los que no pasaba nada, has esperado contra toda esperanza bajo la cruz y hasta el sepulcro, has vivido el Sábado santo infundiendo esperanza a los discípulos perdidos y desilusionados. Tú obtienes para ellos y para nosotros la consolación de la esperanza, la que se podría llamar “consolación del corazón”.
Nosotros te pedimos, Madre de la esperanza y de la paciencia: ruega a tu Hijo que tenga misericordia de nosotros. Intercede por nosotros para que vivamos en el tiempo con la esperanza de la eternidad, con la certeza de que el designio de Dios sobre el mundo se cumplirá en su momento y nosotros podremos contemplar con gozo la gloria del Resucitado, gloria que está ya presente, aunque de manera velada, en el misterio de la historia.
Tú el Sábado santo te nos presentas como madre amorosa que engendra sus hijos a partir de la cruz, intuyendo que ni tu sacrificio ni el de tu Hijo son vanos. Él nos ha amado y se ha dado a sí mismo por nosotros. Tú has unido tu corazón maternal a la infinita caridad de Dios con la certeza de su fecundidad.
Tú conoces, María, probablemente por experiencia personal, cómo la oscuridad del Sábado santo puede penetrar hasta el fondo del alma aun en el compromiso total de la voluntad al designio de Dios. Es un día de luto inmenso, de silencio y de espera.
En medio del dolor, del desconcierto, del silencio, de la espera somos invitados a cultivar nuestra vida espiritual, a reavivar nuestra fe, a poner los cimientos imprescindibles para que podamos experimentar la íntima presencia de Dios Padre y percibir que él obra en nuestra vida personal y conduce con amor la historia de la humanidad.

MARÍA, MUJER DE ESPERANZA
María, mujer de esperanza, ¡quédate con nosotros!
Enséñanos a esperar,
porque escasea el pan de la fraternidad,
nos falta el vino de la alegría,
nos han robado el silencio,
tenemos hambre de verdad,
sentimos sed de Dios,
estamos heridos de angustia,
enfermamos por esta pandemia universal,
tenemos rota la paz.
María, ven con nosotros, ven a nuestra casa.
Contigo recreamos la esperanza,
soñamos el nuevo amanecer
de un mundo más humano, más lleno de vida y salud.
Contigo seguimos alumbrando el proyecto nuevo de Jesús.
Contigo seguimos tejiendo una humanidad fraterna y solidaria

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