jueves, 2 de abril de 2020


MARÍA AL PIE DE LA CRUZ

En este confinamiento en que nos encontramos llegamos al viernes de dolores, o de pasión y los siervos de María celebramos la fiesta de Nuestra Señora al pie de la Cruz. El Evangelio de este día nos lleva al Calvario. Todos los discípulos han huido, excepto Juan y algunas mujeres. Al pie de la Cruz está María, la Madre de Jesús, y todos la miraban diciendo: ¡Esa es la madre de este delincuente! ¡Esa es la madre de este subversivo! Y María oía esas cosas. Sufría humillaciones terribles. Y también oía a los grandes, a algunos sacerdotes, a los que ella respetaba, precisamente porque eran sacerdotes: Tú que eres tan valiente, ¡baja! ¡Baja! Con su Hijo, desnudo, ahí. María tenía un sufrimiento tan grande, pero no se fue. ¡No renegó del Hijo! ¡Era su carne!

Un capellán de prisiones decía que siempre que iba a la cárcel veía un montón de mujeres en fila: Eran las madres. Y no se avergonzaban: ¡su carne estaba allí dentro! Y esas mujeres sufrían no solo la vergüenza de estar allí o lo que decían los demás: ¡Mira esa! ¿Qué habrá hecho su hijo?, sino que también sufrían las más feas humillaciones en los chequeos que les hacían antes de entrar. Pero eran madres, e iba a estar con su propia carne.

Pues igual María, estaba allí, con el Hijo, con aquel sufrimiento tan grande. María nos enseña a ser solidarios en el dolor. Se podría decir que nos hace una sola carne al participar del sufrimiento de los otros. Nos solidarizamos. Es el dolor de amar: Sabemos que la alegría de amar de verdad pasa por saborear también el regusto amargo del dolor.
La solidaridad nos hace aprender a Amar: puede convertirse en una escuela de amor verdadero. Solo en la medida en que uno es dueño de sí mismo es capaz de darse a los demás. Por eso el dolor produce en nosotros con frecuencia la terapia que necesitamos para darnos cuenta de lo importante en nuestra vida y ser así capaces de vivirla y darla a los demás.
Jesús prometió no dejarnos huérfanos, y en la Cruz nos dio a su Madre como Madre nuestra. Los cristianos tenemos una Madre, la misma que Jesús; tenemos un Padre, el mismo que Jesús. ¡No somos huérfanos! Ella nos engendra en aquel momento con tanto dolor: es un auténtico martirio. Con el corazón traspasado, acepta darnos a luz a todos nosotros en aquel momento de dolor. Y desde aquel momento, Ella se convierte en nuestra Madre, desde aquel momento Ella es nuestra Madre, la que cuida de nosotros y no se avergüenza de ninguno: ¡nos defiende! tenemos una madre, una madre que está con nosotros, nos protege, que nos acompaña, que nos ayuda, también en los tiempos difíciles, en los momentos feos”.
Cuánto admiramos a la Virgen Dolorosa por haber sufrido como sufrió, por haber amado como amó
Cuando tú lloras, María llora contigo; cuando tú sufres, María, tu Madre, sufre contigo. Y cuando tú padeces, la Virgen está a tu lado, igual que estuvo junto a su Hijo, al pie de la Cruz.


Señora de la Pascua,
Señora de la Cruz y de la Esperanza.
Señora del Viernes y del Domingo.
Señora de la noche y de la mañana.
Señora de todas las partidas, porque eres la Señora del "tránsito" o de la Pascua.
Escúchanos: Hoy queremos decirte "muchas gracias".
Muchas gracias, Señora por tu Fiat, por tu completa disponibilidad de "esclava".
Por tu pobreza y tu silencio.
Por tu gozo de las siete espadas.
Por el dolor de todas tus partidas, que fueron dando la paz a tantas almas.
Por haberte quedado con nosotros a pesar del tiempo y la distancia.
Cardenal Pironio



Oración: A la Virgen al pie de la cruz
Santa María, mujer del dolor, madre de los vivientes, ¡salve!
Nueva Eva, Virgen esposa junto a la cruz, donde se consuma el dolor y brota la vida.
Madre de los discípulos, sé tú la imagen que nos guíe en nuestro compromiso de servicio;
enséñanos a permanecer contigo junto a las infinitas cruces donde tu Hijo está todavía crucificado;
a vivir y dar testimonio del amor cristiano, acogiendo en cada hombre a un hermano;
a renunciar al oscuro egoísmo para seguir a Cristo, única luz del hombre.
Virgen de la Pascua, gloria del Espíritu, acoge la oración de tus Siervos. Amén

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