2023 CICLO B TIEMPO DE ADVIENTO III
Juan vino, enviado por
Dios, para dar testimonio de la luz. El profeta del Jordán es el testigo de que
el centro donde se asienta la historia de Dios no es el pecado, sino la luz, no
es el mal, sino la gracia. Juan gritaba: En medio de vosotros está Aquel a
quien no conocéis, está tan cerca que podéis tropezar con Él.
Sacerdotes y levitas acuden
desde Jerusalén, como un comité de investigación institucional, no para
comprender, sino para afirmar su poder y reafirmar su primacía.
Juan era, por
nacimiento, levita, pertenecía a esa casta sacerdotal masculina, hereditaria y
autorreferencial, que pertenecía a su padre Zacarías. Se nacía sacerdote, se
era tal de generación en generación. Pero Juan, el hijo del milagro, abandonó
el templo y se convirtió en una voz de Dios.
Ser testigos de la luz
no es algo que se improvise. Solo puede ser testigo de la luz quien vive en la
luz. Pero no se trata de alcanzar un ideal de perfección, sino de vivir en
verdad: en la verdad de lo que somos, más allá del yo y de la mente, aceptando
o abrazando nuestra realidad completa.
Dicho de modo más
simple: uno no es testigo de la luz porque sea “perfecto” -algo incompatible
con el ser humano-, sino porque es “completo”, es decir, verdadero, humilde,
transparente…, ya que esas son las condiciones que posibilitan que la vida, la
verdad, el amor, en definitiva, la luz, fluyan e iluminen, aun sin darnos
cuenta, a nuestro alrededor.
En nuestra identidad
somos luz, del mismo modo que somos verdad, bondad y belleza. Pero no podemos
apropiárnosla o presumir de ella. Nadie es sujeto o poseedor de la luz:
únicamente podemos ser testigos de ella. Ocurre igualmente con la vida: nadie
es sujeto de la vida -ni de la verdad, ni de la bondad, ni de la belleza-; en
ese plano somos únicamente cauces o canales por los que la vida, la verdad, la
bondad o la belleza se expresan.
Cuando a cada uno de
nosotros alguien nos pregunta ¿tú quién eres? ¿Cómo nos definimos a nosotros
mismos? Tal vez empecemos por nuestro nombre, por nuestra profesión, nuestro
estado civil, por lo que creemos que nos caracteriza…Juan comienza negando,
diciendo a los cuatro vientos quien no es.
Yo no soy el Mesías. Yo no soy Elías. Yo no soy el Profeta. Tampoco es
él la luz, sino testigo de la luz. Juan se define a sí mismo en relación con
alguien, y ese alguien el Jesucristo.
¿Nosotros hacemos
alguna referencia a quien tiene que ser el centro de nuestra fe y de nuestra
vida? Nos preguntamos si nuestra forma de actuar desde los valores del Evangelio,
como personas individuales y como comunidad creyente, llamamos hoy también la
atención de la gente.
Será que nuestra vida y
comportamientos sorprende a los que nos rodean o alguien nos interroga sobre
quienes somos. Así podría dar pie para dar razón de nuestra esperanza.
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