Dios te quiso así.
Toda para Él y bien dispuesta.
Sin mancha ni resquicio para la duda.
Llena de hermosura, pero más por
dentro, que como a veces, nosotros miramos por fuera.
¡TODA HERMOSA! ¡QUE HERMOSA ERES
MARIA!
¿Cómo embelesaste al Creador?
¿Con que voz le respondiste?
Desde el día de tu nacimiento, Dios,
puso su dedo en Ti: te protegió y te guío, te preservó y te cuidó, te miró y,
con amor solícito, te mimó.
Se fijó en Ti, por el vestido de tu
obediencia.
Se enamoró de Ti, por las joyas de tu
sencillez.
Se prendó de tu Ti, por el rostro de
tu fe.
Se quedó en Ti, por la pureza de tu
pensamiento.
Se sonrió a Ti por la pureza de tu
inocencia.
Se limitó a Ti, porque supiste amar
como nada ni nadie.
Tu privilegio, exenta de todo pecado.
Tu gracia, pura antes y después de tu
alumbramiento.
Tu secreto, ser fiel a Dios hasta el
final.
Tu intercesión, las súplicas de tus
hijos e hijas.
En Ti, Nueva Eva, recuperamos la
belleza, el amor sin fisuras, la transparencia en las miradas, la armonía con
Dios y con la naturaleza…
todo aquello que, el pecado, por
nuestros padres nos había arrebatado.
¡Gracias, María y Madre!
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