Iba Dios buscando un
manantial profundo y cristalino.
Anhelaba Dios, un
manantial, que cuando diese agua,
más se llenase por
dentro.
Quería Dios, un
manantial, en el que al mirarse,
su rostro divino,
sin dificultad alguna, se reflejase.
Añoraba Dios, un
manantial, que fuese descanso y ayuda para la humanidad.
Pensaba Dios, en un
manantial, obediente
y que se dejase
tocar en sus entrañas.
Idealizaba Dios, con
un manantial,
que, aun siendo
pobre, al dar se hiciera rico.
Hambreaba Dios, un manantial,
donde su poder estuviera
no tanto en la
fuerza externa, cuanto en el empuje interno.
Y, un buen día, Dios
atinó con ese manantial:
Acarició con su mano
poderosa sus sencillos entresijos,
le habló con voz de
enamorado,
sembró en él con
amor de Padre.
Lo cuidó, como sólo
Dios, sabe hacerlo.
Lo examinó en las
dificultades para comprobar la consistencia de sus muros,
¿Queréis saber su
nombre?
No lo penséis más.
El nombre de ese
prodigioso y buscado manantial es: MARIA
De su profundidad y
de su paz,
Por su obediencia y
por su fe,
de su belleza y de
su pureza,
por su transparencia
y gigantesco corazón,
nos vendrá, en la
noche de Navidad,
todo lo que Dios
hizo en Ella: JESUS
AMEN
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