2023 DICIEMBRE ADORACIÓN
EUCARISTICA.
EL ESCLAVO
De nuevo Señor
estamos aquí de rodillas delante de tu presencia sacramentado. En este tiempo
de adviento, de espera y de esperanza, de preparación para acoger tu Palabra
encarnada y entrar en nuestro interior y reconocer lo que nos falta para salir
a tu encuentro en Navidad. Queremos aprender de ti a ser humildes, honestos y
sinceros.
El esclavo: Peter era un niño de doce años que vivía con su
familia y durante el verano solía ir con su hermana Sandra, que era dos años
menor que él, a visitar a sus abuelos en la granja que tenían en las montañas.
Ese verano, como Peter había sido responsable y buen
estudiante, su abuelo le ayudó a fabricar un arco. Cuando lo tuvo en sus manos,
descubrió una fuente inagotable de distracción.
Por las mañanas solía ir a un pequeño bosque que
había detrás de la casa para practicar la puntería. Nunca había disparado con
un arco, por lo que su puntería era muy mala; aunque tenía la esperanza de que
con el tiempo se transformaría en un Robín Hood.
Una mañana que había estado practicando hasta
alrededor del mediodía y volvía a la granja para comer, vio a la puerta de la
casa a Ducky, un pato blanco que era la mascota de la abuela. De pronto se
imaginó vestido de cazador, y antes de que se diera cuenta estaba tensando el
arco para efectuar un certero disparo. Apuntó y disparó; con tan mala suerte
que le dio al pato en la cabeza y lo mató. Temiéndose una gran reprimenda de
los abuelos, escondió el cadáver del pato en el bosque. Cuando lo estaba
enterrando, Sandra, lo vio. Sorprendido, y con miedo de que dijera algo a los
abuelos le hizo prometer que guardaría silencio.
Peter estuvo toda la comida inquieto y preocupado
pensando en lo que le podía decirle a la abuela si le preguntaba por el pato.
Acabada la comida, la abuela le dijo a Sandra: ¡Ayúdame a lavar los platos! Pero
Sandra, mirando a Peter con ojos inquisidores, le dijo a su abuela: Él me ha
dicho que quería ayudarte hoy en la cocina. ¿No es cierto, Peter?
Peter se sintió atrapado por el comentario de su
hermana; y ante el miedo de que lo delatara, no le
quedó más remedio que ayudar a la abuela.
Días después, el abuelo preguntó a los niños si
querían ir de pesca al lago. A lo que la abuela salió
al paso y dijo: Sandra no puede ir porque tiene que
ayudarme en el jardín.
Entonces Sandra saltó como un muelle y dijo: Yo sí
puedo ir con el abuelo, pues Peter me ha dicho que le gustaría ayudar a la
abuela en el jardín. ¿Verdad, Peter?
El pobre Peter, después de la tragedia del pato, era
continuamente chantajeado por su hermana. Los días de vacaciones seguían
pasando y Sandra no perdía la oportunidad para aprovecharse de la situación en
su favor.
Con el paso de las semanas, Peter se sentía cada vez
peor. La presión de su hermana y su propio remordimiento le mantenían triste y
abatido. Llegó un momento en el que decidió contarle a su abuela todo lo que
había ocurrido.
Una mañana, antes de que Sandra maquinara una nueva
acción con la que chantajear a su hermano, Peter decidió abrir su corazón y
contarle todo a la abuela.
- Abuela, dándole un sonoro beso en la mejilla, ¿te
acuerdas de tu pato blanco? Resulta que un día venía de hacer prácticas con el
arco que me hizo el abuelo, cuando le disparé con tan mala suerte que le di en
la cabeza y se murió.
Entonces la abuela, profundamente conmovida se
dirigió hacia su nieto y lo abrazó cariñosamente mientras que le decía: Peter,
ya lo sabía. Estaba en la ventana de la cocina cuando todo ocurrió, pero como
me di cuenta que lo habías hecho sin intención, te perdoné en ese mismo
instante. Lo que sí me preguntaba era hasta cuándo ibas a permitir que tu
hermana te tuviera como su esclavo.
¡En cuántas
ocasiones nos hacemos también esclavos de mal como consecuencia de nuestros
pecados! Él entonces, se aprovecha de esa circunstancia para sobornarnos,
chantajearnos, quitarnos la felicidad y la paz interior. Dios lo ha visto todo
desde su cocina; lo único que espera es que tengamos la humildad de acercarnos
a Él arrepentidos y confesar nuestro pecado. Como en el caso de Peter, la
abuela, que lo había visto todo, ya le había perdonado; sólo faltaba una cosa,
reconocerlo. En este tiempo de Adviento reconozcamos nuestras faltas y acojamos
al Señor que llega ya. Amén
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