Tienes el cielo como
casa, y te aventuras a dejarlo para caminar junto a nosotros.
¿No ves, Señor, cómo
estamos?
El hombre, mata al hombre.
Tu mundo, ya no es aquel
que Tú creaste.
La vida, ya no es vida.
Una corte de ángeles te
rodea y prefieres nacer, en medio de la indiferencia de los hombres, sin más
homenaje que el ruido de las guerras, y las contiendas o indiferencia de las
naciones.
Posees el calor celestial
y te adentras en el frío de la tierra.
Destellas la grandeza de
tu ser Dios y te revistes de nuestra pobreza.
Eres Dios y, quieres ser
hombre.
Vives en la Ciudad Eterna
y deseas caminar a pie de tierra.
Hablaste durante siglos
sin dejarte ver, y, ahora, te descubrimos en un Niño.
Eras intocable, y te
dejas acariciar.
Eras invisible, y te
podemos adorar.
Estabas más allá de las
nubes, y, te contemplamos en un pobre pesebre.
Déjanos por lo menos,
Señor, conquistarte con la fuerza de nuestro amor, calentarte con la hondura de
nuestra fe, abrigarte con la esperanza que nos traes, responderte, con la
humildad de nuestros corazones.
El mundo, hoy más que
nunca, te necesita como salvación.
Tu llegada es motivo para
la alegría.
¡Gracias por salir a
nuestro paso!
Amén.
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